domingo, 28 de mayo de 2006

La fiesta deportiva sin igual

No sólo de fútbol vive el hombre
por Beatriz Sarlo

La semana pasada hice una propuesta acerca de los contenidos didácticos que, para tranquilizar la conciencia de las autoridades educativas y asegurar la paz en las escuelas, podrían repartirse a los chicos antes de que se sentaran a mirar por televisión los partidos de fútbol que jugará la celeste y blanca. Pero seguí pensando en el asunto y me saltó a los ojos la injusticia que se comete con los aficionados a otros deportes. Sé que el fútbol televisado es global y compararlo con otros deportes es incorrecto en términos cuantitativos. Los norteamericanos podrán seguir considerando que un domingo de febrero, cuando se juega el Superbowl, la fecha es tan importante como el Día de Acción de Gracias. Pero, incluso allí, en el país del fútbol americano, nuestro fútbol ya está pisándole los talones.
Tampoco quisiera discutir cual será el deporte favorito del planeta en el siglo XXI, sino referirme a los sufrimientos de las "minorías deportivas" cuyos derechos no son respetados como los de las mayorías futboleras. Los espectadores que forman parte de las "minorías deportivas" son cruelmente discriminados, porque tienen otra orientación deportiva y han construido su identidad de un modo diferente al mainstream. Pocos parecen darse cuenta de que los sentimientos de los espectadores de las minorías deportivas deben ser tan respetados como los de cualquier otra minoría. Se podrá decir que las minorías deportivas son prácticamente residuales, pero eso no liquida la cuestión de la igualdad de derechos entre minorías y mayorías.
Por ejemplo, ¿con qué razonamientos podrá el director de una escuela convencer a dos chicos dedicados al atletismo que no pueden mirar el segundo salto de la tesonera garrochista argentina en los próximos Juegos Olímpicos, aunque ese evento se superponga con las horas de clase? ¿Qué injusticia privará a los niños nadadores de seguir las pruebas olímpicas, y quedar condenados a ver una repetición televisiva incierta puesto que no se trata de un partido de fútbol protagonizado por la albiceleste? ¿Quién podrá amonestar a un adolescente que no hizo los deberes porque juega al rugby y la noche anterior se transmitió una final mundial con los Pumas? Estas inclinaciones minoritarias hacia deportes también minoritarios tienen hoy menos derechos que las opciones mayoritarias por el deporte rey.
Sin ir más lejos, mañana comienza Roland Garros, torneo que ganó un argentino y en el que fueron finalistas otros dos en el último par de años. Allí estarán las mejores raquetas de este país. Por la diferencia horaria con Francia, los partidos suelen transmitirse a la mañana. Me pregunto cuántas horas desesperadas tiene por delante la minoría de niños y adolescentes fanáticos del tenis (que, como Roland Garros, incluye a mujeres y varones). ¿Ha previsto el Ministerio de Educación que se respeten los derechos y sentimientos patrióticos de estos niños, ya que en esa primera semana habrá partidos donde participarán argentinas y argentinos?
El mítico Wimbledon también se juega en horarios que se superponen con los horarios matutinos. No sé si las autoridades educativas van a indicar que las escuelas respeten el derecho de tres o cuatro chicos, no importa cuántos sean porque se trata de derechos y estos deben ser pensados de modo universal, a mirar un octavos de final donde, si Dios quiere, estará presente una raqueta argentina. Como este año Wimbledon se superpone con el Mundial, ¿se contemplará la posibilidad de que la escuela alquile un televisor extra para no reprimir el derecho de la minoría de chicos aficionados a un deporte no masivo? Y, de paso, a mí y a otros trabajadores, haciendo la vista gorda, ¿nos darán las mañanas libres?
No hay antecedentes, hasta ahora, pero ello significa que los chicos que forman las mayorías del fútbol reciben un tratamiento mejor que las minorías de la garrocha, el estilo pecho o el tenis. Se podrá objetar que el Mundial de Fútbol sucede cada cuatro años y, en cambio, los torneos de tenis son anuales. Habrá que sentarse a negociar un código de convivencia: son muchos menos chicos los del tenis, se podría autorizar un solo torneo por año, etcétera.
El fútbol, en casi todo el mundo, ha tenido la potencia de convertirse en causa nacional, algo que no han alcanzado otros deportes. En una época de lealtades débiles y de causas colectivas enclenques, de solidaridad precaria con compatriotas que sufren y con extranjeros que son hostigados, de ensimismamiento en el propio nicho social, el fútbol ofrece el único momento propicio para que resurja un sentimiento colectivo. Podrá ser inevitable, pero no es necesariamente bueno, excepto para la industria de la televisión y otras máquinas económicas globales.
Como no se puede hacer mucho, la modesta iniciativa que presento es que se igualen todos los derechos de todas las aficiones deportivas.

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